lunes, 18 de mayo de 2009

Hierápolis.

Vista del teatro de Hierápolis.


La puerta de Domiciano, erigida en honor del emperador por Julio Frontino, procósul de Asia en los años 82 y 83 de nuestra era.

Un sarcófago desafía desde su altura a los terremotos que debastaron la zona y aun hoy día se hacen sentir algunas veces.

Un túmulo.


Una pequeña parte de la necrópolis.



Un lugar tan sorprendente como Pamukkale con aguas termales no podía carecer de una gran ciudad antigua. A ella acudían los enfermos en busca de curación para sus males. Hierápolis, conocida como la Ciudad Santa, fue fundada por Eumenes II rey de Pérgamo, en el siglo IIº a. C. y posteriormente en los años 17 y 60 de nuestra era fue arrasada por sendos terremotos. En el periodo bizantino fue sede episcopal, se pueden ver las ruinas de la inmensa basílica. Posteriormente en los siglos XI o XII, los turcos selyúcidas construyeron allí una fortaleza. Pero prevaleció siempre en ella la fama de sus aguas termales, los establecimientos termales son visitados aun en nuestros días, y doy fe de lo benéficos de dichos baños.

Un extenso complejo termal antiguo, reconvertido hoy día en Museo, nos da la bienvenida a la llegada. En dicho museo se puede contemplar una extensa colección de estatuas de la escuela de Afrodisia, una gran cantidad y variedad de objetos encontrados en la zona nos hablan de su esplendorosa pasado.

Una gran vía porticada, mejor dicho los restos de ella, que atraviesa la ciudad de norte a sur nos permite hacer un cómodo recorrido. Si giramos hacia el este llegamos al templo de Apolo que fue el santuario mas importante de Hierápolis. Para poder contemplar mejor el basamento hay que rodearlo hasta llegar a la fachada que está orientada hacia el oeste. El altar y algunas columnas han sido restauradas. A la derecha de la fachada y a un nivel algo mas inferior hay una puerta abovedada, no se permite el paso, que conducía hacia el plutonium, allí una cámara subterránea llevaba a través de una grieta a un manantial de aguas termales.

Solo unas 50 gradas se conservan en relativo buen estado de lo que fue el teatro; se encontró practicamente entero un bajo palco que comunicaba con el escenario a través de una escalerilla, así mismo la magnifica fachada del hiposcenio y unos esplendidos relieves de la época de los Severo (193-235). La zona está llena de fragmentos de columnas, adornos, estatuas y figuras alegóricas.

Desde el teatro, y tras franquear la muralla bizantina, se llega en dirección noroeste al llamado Martyrium de San Felipe. Un santuario construido a principios del siglo V probablemente para albergar la tumba del santo martir, pero también como lugar donde albergar a los peregrinos que hacia allí iban. El edificio se incendió en el siglo X.

Regresando al lugar de partida y retomando el camino que nos marca la vía porticada nos dirigimos hacia la necrópolis, un paseo de mas de 2,5 km. a través de uno de los cementerios mas extensos y ricos de la antiguedad. El lugar tiene un cierto aire de irrealidad; los grandes túmulos, las tumbas familiares o los simples mausoleos que se alzan desafiando la ley de la gravedad llaman la atención continuamente. Muchos de esos monumentos funerarios no fueron jamas utilizados; los ricos personajes que iban a curarse a esa ciudad los mandaban construir como un acto propiciatorio.Tal era la fama de esta ciudad que las gentes acudían a ella desde todos los puntos del imperio.
La necrópolis tiene contabilizadas mas de 1.200 tumbas que abarcan un periodo comprendido desde el siglo IIa.C. hasta los primeros siglos de nuestra era. Los sucesivos terremotos que acabaron con su esplendor han dejado su huella haciendo tomar a los monumentos las formas mas inverosímiles amontonándolos los unos encima de los otros. Un lugar fascinante.

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